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El último Congreso celebrado (Oslo, 2006) por la Liga Internacional de Socialistas Religiosos (ILRS) -organización afiliada a la Internacional Socialista-, adoptó como tema de reflexión la “Globalización Social”.

Nos preguntábamos cómo puede convertirse la globalización en un proceso que no se redujera sólo a la limitada cuestión de los mercados globales. Reivindicamos una globalización social caracterizada por el desarrollo sostenible, la responsabilidad social corporativa, la generalización del estado del bienestar, la profundización democrática, la igualdad de género y una gobernanza global responsable.

La crisis económica y financiera, como oportunidad

El neoliberalismo consideraba nuestras interpelaciones a la globalización como cuestiones irrelevantes. El dilatado ciclo de crecimiento económico mundial, si bien profundamente desigual, parecía darle la razón. Sin embargo ha llegado la hora de las vacas flacas. Una crisis económica global como no conocíamos desde la II Guerra Mundial. Ha faltado ética personal en el mundo de las finanzas, origen de la crisis. Es evidente la falta de regulación de los mercados. Para evitar males mayores ha sido necesaria la intervención del Estado en el sacrosanto templo del liberalismo, en las instituciones financieras, también en otros sectores productivos. Como siempre las clases sociales trabajadoras y desfavorecidas y los países pobres son los mayores paganos de la crisis.


Hacen falta valores éticos. Es urgente una acción política que embride la economía y la ponga al servicio de las personas. Es necesario un nuevo modelo de desarrollo económico, sostenible e igualitario a escala planetaria. Esta crisis, a pesar de todos sus negativos impactos sociales puede ser una oportunidad para convertir la globalización económica en una globalización de la fraternidad.

Globalización y religiones

A caballo de la globalización se ha producido un retorno de la religión a la vida pública. Las religiones, factor de identidad cultural, tienen un papel decisivo para configurar el nuevo orden. Pueden ser alimento de identidades asesinas, fundamentalismo y violencia o por el contrario pueden desempeñar un papel impulsor del diálogo, la convivencia y la cooperación.

La ONU ha incorporado a su acción la propuesta Alianza de Civilizaciones, promovida por los gobiernos de España y de Turquía. Su objetivo es fomentar el encuentro y el diálogo entre tradiciones culturales y religiosas diversas, de modo particular entre el mundo islámico y el mundo cristiano occidental, para desde ahí combatir las raíces culturales y también sociales del terrorismo y construir unas relaciones políticas basadas en la cooperación y la paz. Se han celebrado el I Foro de Alianza de Civilizaciones en Madrid (2008) y el II Foro de Alianza de Civilizaciones en Estambul (2009).

La ILRS saludó esta iniciativa en el Congreso de Oslo, donde se abordó la necesidad de la interculturalidad y la interreligiosidad. La reflexión y las propuestas de este Congreso quieren ser una contribución al proceso de reflexión, diálogo y acción impulsado por el Grupo de Alianza de Civilizaciones. Nos proponemos en el curso del Congreso aprobar la solicitud de ingreso de la ILRS en el Grupo de Amigos de Alianza de Civilizaciones.

La espiritualidad en la crisis global

En este Congreso de la ILRS en un lugar emblemático como Córdoba donde convivieron de manera cordial y fructífera las tres grandes religiones, Islam, Judaísmo y Cristianismo, queremos preguntarnos por el papel de la espiritualidad ante la crisis económica global y por las políticas a impulsar.

Creemos que la experiencia religiosa no es ajena a la economía ni a sus impactos sociales. Esta crisis tiene un origen y una dimensión espiritual, el afán desmedido de lucro y posesión. En el fondo una cultura impregnada de valores egoístas y materialistas se ha ido imponiendo como modelo cultural. Por otro lado sus impactos empujan al desempleo y a la pobreza a personas, familias, clases sociales trabajadoras y países, en lo que constituye una flagrante injusticia ética.

Sin duda es necesaria una decidida acción política. Pero ésta es endeble si no viene legitimada por la ciudadanía y sus valores de referencia. Ante esta situación las tradiciones religiosas representan una reserva ética especialmente necesaria. Frente al abismo de la desigualdad las religiones reivindican la común igual y dignidad de todo el género humano. Contra el consumismo materialista, afirman la prioridad de las personas sobre las cosas, así como el destino universal de todo lo creado. La centralidad de la solidaridad con el débil en las diferentes tradiciones religiosas es un valor esencial en una coyuntura que necesita reforzar la protección social. Lejos de posicionarse a defender identidades confesionales, las religiones pueden y deben dirigir el diálogo y la colaboración en aras a un nuevo orden económico internacional.

Construyendo alianzas entre la fe y la justicia

Una economía social, responsable y sostenible tiene en las tradiciones religiosas de inspiración profética, mesiánica y monoteísta un poderoso factor de movilización y compromiso por la justicia social. El monoteísmo como fundamento de igualdad y común dignidad de los seres humanos. El mesianismo como esperanza de irrupción histórica de justicia para las víctimas. El profetismo, como crítica del orden existente y compromiso de construcción por una humanidad nueva.

En esta dirección cabe mencionar la reunión de líderes religiosos judíos, cristianos y musulmanes reunidos en Bruselas el pasado 11 de mayo a convocatoria del Presidente de la Comisión y del Parlamento donde “subrayaron su compromiso de ayudar a restablecer el sentido de la solidaridad entre los europeos de todas las creencias y convicciones y de inspirar una mayor ética en el comportamiento de los operadores financieros y económicos”.

Los actores religiosos en diálogo con otros sectores de trabajadores y ciudadanos están contribuyendo desde el análisis, el discurso y la acción a poner en marcha propuestas prácticas para una economía más ética, humana y solidaria. Entre estas cabe mencionar la banca ética, la autofiscalidad social, los fondos éticos y los microcréditos; la economía social, el desarrollo del Tercer Sector, las Cooperativas y la responsabilidad social de las empresas; las propuestas de regulación de mercados, la cooperación al desarrollo, el comercio justo y el consumo responsable. Es preciso profundizar sobre estas propuestas y sus posibilidades de estímulo y potenciación desde la acción política.

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